Si bien es cierto que para construir el futuro es necesario trabajar arduamente en el presente, no es menos cierto que debemos tener a mano la historia para no cometer los mismos errores que padecimos. Es por eso que considero necesario recordar la figura del presidente Raúl Ricardo Alfonsín, porque representa la imagen del dirigente decente, cercano al pueblo, que nunca se llevó nada indebido a su casa. Su figura se acrecienta por su contraposición con cierta clase política actual.
Mientras la mayoría de los políticos hoy enarbolan su honestidad como una virtud, Alfonsín demostró con gestos y acciones concretas lo que debe ser un gobernante: una persona íntegra, sin fisuras ni dobleces, auténtico hasta en las “cabronadas” que lo caracterizaban porque su cólera contenía grandes verdades.
La Argentina enfrenta hoy una gran crisis de valores, donde el sentido republicano y ético de gobierno aparece devaluado, vapuleado y en la mayoría de los casos ignorado. Frente a ello se agiganta la figura del presidente radical cuyos valores y principios lo llevaron a ser reconocido internacionalmente como un paladín de los Derechos Humanos y un gran constructor de la democracia en América Latina.
Para honrarlo hoy, a seis años de su desaparición física, es necesario comprometernos profundamente con los valores republicanos que el sustentaba. Recordar siempre y para que nadie olvide que fue el presidente argentino que sentó en el banquillo de los acusados a los máximos responsables de violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura, y lo hizo cuando los militares aún conservaban todo su poder.
A pesar que algunos trasnochados pretendan ignorar su legado, cada vez que en algún acto social o político, o en manifestaciones en apoyo o reclamo se enarbolen carteles y se grite a voz en cuello NUNCA MAS, sin nombrarlo estaremos rindiéndole homenaje. Raúl Alfonsín presente, ahora y siempre.
